20 juin 2006

El milagro de Talayuela

ILDEFONSO OLMEDO
11.000 HABITANTES, 22 nacionalidades, matrimonios mixtos, viviendas para inmigrantes y todos los niños escolarizados. Es el ejemplo de este pueblo cacereño para la España de 2010, la del 12% de población extranjera. Ellos ya superan el 40%. El alcalde: «Si las aves migratorias van y vienen, por qué no las personas»
Bajo su amplio vestido veraniego, no es fácil adivinar que Charo Alonso está en su quinto mes de gestación. Tiene 36 años y un marido marroquí. «Me siento muy a gusto en esta especie de experimento», dice cuando habla de su experiencia en el pueblo de Cáceres en el que lleva cuatro años residiendo. Es profesora en el instituto del municipio con mayor porcentaje de población inmigrante posiblemente de toda España: Talayuela, el laberinto (palabra de Charo, que enseña Lengua y Literatura) en el que el milagro de la convivencia pacífica entre etnias y nacionalidades rinde abultadas cuentas en el padrón municipal. Talayuela, laboratorio de la España por venir, según anunciaba esta semana el Instituto Nacional de Estadística (INE) en su última proyección de futuro: «Los extranjeros representarán entre un 9 y un 12% de la población en España en el año 2010».Hoy, con algo más de 40 millones de españoles, superan el 5%, aunque hay localidades que llevan años derribando barreras (estadísticas) y tabúes.Otra vez Talayuela, sin prejuicios, para bajar los humos a quienes pretenden encender la lumbre de la xenofobia. De los 11.417 habitantes empadronados en el Ayuntamiento de este pueblo tabaquero que extiende sus campos por 23.195 hectáreas de la margen izquierda del río Tiétar, 4.578 vecinos (el 40% del total) son extranjeros.Aunque en su mayoría comparten la nacionalidad marroquí del marido de la profesora, al babel extremeño contribuyen hasta 22 nacionalidades.«Mi hijo, al que empadronaré aquí, es parte de este fenómeno.Quiero que lleve con orgullo ser talayuelano de nacimiento».Ella, salmantina de cuna, lo es de adopción.Y quizás sea eso, que la historia del pueblo la hayan ido escribiendo las poblaciones de aluvión que en sucesivas olas han ido recalando en el municipio fundado en 1117 y que comenzó el siglo XX con poco más de 400 vecinos, lo que ha hecho que Talayuela se erija hoy en un monumento a la integración en paz. «Este pueblo no es nada localista», intenta aportar otras claves el vecino Jesús.El tabaco y sus riquezas primadas por la Unión Europea (en la comarca se recoge el 85% de los 38 millones de kilos que produce Extremadura; son 42 millones en toda España), tienen también mucha culpa.Hoja a hoja, como recolectan los braceros extranjeros el tabaco Virginia (rubio) que llegó mediados los 80 para jubilar al negro Burley y sus nave-secaderos que dan singularidad al paisaje extremeño, el pueblo de Cáceres va desnudando sus intestinos más mestizos.Las parejas mixtas son la avanzadilla de una fusión que se lleva años trabajosamente cultivando desde las aulas. Casos como los de Charo Alonso o Pilar, la rubia monja andaluza destinada entonces en Talayuela que dejó los hábitos para casarse con el senegalés Baba, darle una hija que ya cumple 11 años y convertirse al islam. «Me cuenta que reza sobre la alfombra», dice una amiga.«El futuro de la población inmigrante está en las escuelas», no duda Manuel Vivas, director del colegio público Gonzalo Encabo, primer premio nacional del Ministerio de Educación en 2000 por su calidad educativa y atención al alumnado inmigrante. Este año, el centro cerró el curso con 200 de sus 650 alumnos hijos de marroquíes. En el instituto de Charo, el San Martín, los extranjeros, de un total de 500 alumnos, han sido 116 marroquíes y cuatro colombianos (los ecuatorianos, hoy el segundo grupo extranjero en número de Talayuela, aún no han apostado por la reagrupación familiar y vienen sin hijos).También en el paritorio del cercano hospital de Navalmoral de la Mata, las estadísticas inmigrantes se multiplican en progresión geométrica año tras año.Manuel Vivas habla con entusiasmo de los logros de la comunidad educativa y esboza las claves de su modo de hacer. Hay horas de convivencia y pupitres compartidos con los locales desde el primer día que llega un extranjero, aunque apenas hable castellano.Dice que los voluntariosos profesores nunca han confundido integración con asimilación, que nadie -tampoco los padres de alumnos españoles- ha hecho controversia de la utilización del hijab (pañuelo con el que algunas musulmanas se cubren el pelo) por algunas alumnas y que en los centros educativos no sólo trabajan las carencias educativas de los hijos de los inmigrantes. «Cuando sus niños empezaron a llenar las aulas, y las mujeres, movidas por ello, comenzaron a frecuentar las calles del pueblo, los marroquíes dejaron de ser una población invisible», expone el maestro. Sus palabras dan cuenta de las distintas fases de una intrahistoria que se remonta a mediados de la década de los 80, cuando la transformación de los cultivos y la apuesta por el tabaco rubio multiplicó la necesidad de mano de obra en una tierra hasta entonces emigrante.Antes que marroquíes llegaron gitanos portugueses y braceros del Este (polacos muchos), pero no se establecieron. Había ya una pequeña colonia de senegaleses dedicados a la venta ambulante en mercadillos.Al principio, los primeros marroquíes apenas se dejaban ver fuera de las explotaciones agrarias. Llegaron hombres solos y los antiguos secaderos del tabaco negro, olvidados por el éxito del rubio Virginia, se convirtieron en sus hacinadas moradas. Supieron resistir. Por su origen, estaban hechos a lo peor. En su mayoría, los marroquíes avecindados en Talayuela tienen una procedencia común: Oujda, provincia del Este limítrofe con Argelia, una de las más desfavorecidas en un país ya con una renta 12 veces inferior a la española.En el premiado libro Inmigración marroquí en la zona de Talayuela 1992-1996, del sociólogo Domingo Barbolla, se da voz al director de una gestoría local que explica cómo los magrebíes fueron recibidos por los agricultores con los brazos abiertos: «Al empresario le vino Dios a ver. El marroquí empezó a cobrar 3.600 pesetas cuando un obrero de aquí pedía alrededor de 6.000 pesetas al día».Y así, entre la necesidad y la aceptación, la capital extremeña del tabaco se labró su senda multicultural. Pronto, pues ya tienen hasta el terreno comprado («por la zona de los gitanos», dice un lugareño), los más religiosos levantarán su nueva mezquita, en la que quizás, si logran vencer las resistencias de los menos ortodoxos, tendrán una escuela coránica.
CASABLANCA
«Cuando cae el sol, la avenida parece Casablanca», dice Lola.Atiende estos días con su marido, en ausencia del dueño, un tangerino con negocios en Almería (un bar y un locutorio) que se afincó en Talayuela hace ya cuatro años, uno de los tres locutorios abiertos en el casco urbano del municipio. Desde hace un lustro, las antenas parabólicas con las que captan los canales de la televisión marroquí o la de la árabe Al Jazira pueblan muchos tejados de Talayuela y sus cuatro pedanías: Santa María de las Lomas, Tiétar, Barquilla y Pueblonuevo.La población árabe empieza a echar raíces y los más emprendedores, a abrir negocios en los que la presencia de fotografías del rey Mohamed VI y de La Meca, junto a los rótulos árabes de la fachada, dan cuenta de las filiaciones nacionales de los propietarios.Abdulá Maitat es uno de los primeros tenderos. Por su establecimiento, un supermercado en el que se vende de casi todo, corretea pidiendo chucherías en perfecto español el pequeño Ismael, de cuatro años, su primogénito. Él y Zacarías, de siete meses, ambos nacidos aquí, abren las puertas a Abdulá y su esposa a una futura nacionalidad española. Hasta hace dos años habitaban una casa en una finca, donde el cabeza de familia fue, sucesivamente, recolector, tractorista y encargado.«Vine a España en 1990. En el 96 volví a Marruecos para casarme y un año después me traje a mi esposa, a trabajar conmigo en el campo. Fue por los niños, que dependían del autobús para venir al colegio, por lo que nos planteamos cambiarnos al pueblo...Echamos cuenta, pedimos un préstamo a la Caja Rural, compramos una casa y alquilamos el local para abrir el negocio», explica Maitat, de 37 años y oriundo de Oujda. Mientras atiende a los clientes que van llegando en un goteo de muchachos que han acabado su jornada en las plantaciones y a familias completas cargadas de hijos, en la televisión encendida del local se emite en árabe un programa marroquí.
LA CARNICERIA DE MOHAMED
Varias calles más allá, un cincuentón que dice llamarse Mohamed y apenas habla español atiende la carnicería árabe «de un amigo».En unos minutos, por el mostrador pasan un veterano bracero vestido con chilaba y turbante, varios muchachos también marroquíes, el senegalés Serín (7 años empadronado en Talayuela y siempre de mercadillo en mercadillo por los pueblos de alrededor) y los ecuatorianos Félix y Milton, ambos de 28 años y llegados a España desde Río Bamba, «en el centro de Ecuador», precisan. Sus sueños siguen siendo de ida y vuelta: «Trabajar aquí y hacer un capital para regresar».El desfile por el mostrador de Mohamed sería interminable si gente de todas las nacionalidades empadronadas en Talayuela acudieran juntas a comprar: portugueses, sirios, argelinos, filipinos, polacos, portugueses, checos, rumanos, mauritanos... La llamada del tabaco, principal industria, hizo que al llegar todos descubrieran que además había otras recolecciones con las que, prácticamente, cubrir el año entero de peonadas. «Tenemos tres cultivos (el espárrago blanco, que empieza a recolectarse a finales de febrero; el tabaco, que se planta en mayo y se comienza a repelar en agosto, y el pimiento, que se recoge entre septiembre y noviembre) que dan trabajo abundante durante ocho o nueve meses», explica el alcalde de Talayuela, José Moreno Gómez, un profesor de instituto de Matemáticas en activo que ha dado al PSOE cuatro legislaturas de mayorías absolutas. Y que suele ser invitado a congresos, como ocurre en unas jornadas sobre inmigración que se celebrarán en Cádiz el próximo septiembre, para hablar del fenómeno de la integración en Talayuela. Él mismo constata que actualmente los marroquíes superan a los autóctonos como población activa en más de cien personas. «Desde un principio hemos trabajado con la misma filosofía: si las aves migratorias van y vienen, por qué no pueden hacerlo las personas».Como regidor, Moreno presume de haber contribuido a que todos los llegados tuvieran más fácil el acceso a sus nidos. «En 10 años hemos facilitado, cediendo suelo municipal o vendiéndolo a precio casi simbólico para abaratar el coste, la construcción de más de 1.000 viviendas. Y los marroquíes, que al principio, cuando llegaron sin mujeres ni hijos, eran alojados en los antiguos secaderos del tabaco Burley, han podido ir comprando o alquilando las viviendas que los autóctonos iban dejando vacías cuando fueron ocupando ese millar de casas. Ahora estamos a punto de entregar 14 viviendas sociales y entre los adjudicatarios habrá familias marroquíes y gitanas que sólo tendrán que pagar un alquiler mensual de 42 euros». Algo muy asequible para unos braceros que reciben a diario, por su trabajo a destajo en los campos regados del tabaco, jornales que rondan los 40 euros.Al socaire del abierto talante del alcalde, en Talayuela han florecido asociaciones multiculturales como Nexo, presidida desde su creación en 2000 por Houria Dkhissi, una marroquí de familia acomodada de Rabat casada con un talayuelano a quien conoció en su país y que lleva 10 años trabajando por la integración en el pueblo cacereño. No sólo ellos, con el apoyo institucional del Consistorio y la Junta extremeña, se han acercado hasta los más alejados para dar clases de alfabetización a mujeres en las fincas, o han puesto en marcha iniciativas como los PEITA (planes de estudio e inserción de trabajadores agrícolas).También destacan en esta labor ONG como Cruz Roja, con programas específicos de atención que incluyen la contratación de traductores.Un papel que altruistamente han desempeñado más de una vez los dos primeros jóvenes marroquíes educados en Talayuela que tienen opciones de alcanzar la universidad: Faisal, que reside en el campo con su familia, y Mustafá, alumno destacado del alcalde (dicen que nadie es tan brillante como él en Matemáticas, pese a que sólo lleva tres años en el instituto y llegó sin saber una palabra de español) que desde febrero, cuando sus padres regresaron a Marruecos, vive de alquiler gracias al apoyo de varios profesores, entre ellos Charo Alonso. Si ambos aprueban los exámenes de septiembre (a Mustafá le quedó el inglés) podrán presentarse este mismo año a la selectividad.
BODA INMINENTE
También tiene delante un reto importante otro vecino de la localidad.Se trata de Isidro Vigara, empleado de Cetarsa (la Compañía Estatal de Tabaco en Rama que quieren privatizar) y arenero de la plaza de toros portátil que se monta en Talayuela para las fiestas.A sus 50 años, este hombre que vivió en carne propia la dureza de ser temporero en otro país (fue con los suyos varias veces a la vendimia en Francia), está a punto de ofrecerle un hogar, y unos papeles, a Jadilla, de 46 años, marroquí divorciada y con dos hijas que lleva tres años en España. «En cuanto lleguen los permisos, nos casa el alcalde», dice Isidro. «Me caso, vamos a Sevilla para que el consulado marroquí le selle el pasaporte a Jadi y así deje de estar sin papeles, y en 15 días estamos en Marruecos recogiendo a sus dos hijas».Es jueves y atardece en Talayuela, que celebra fiestas y ha organizado carreras populares. El termómetro marca 39 grados y empiezan a correr apuestas. «Los marroquíes con buenísimos corredores», te dice alguien al ver a un grupo mestizo de adolescentes calentando músculos por las calles del pueblo. La plaza está llena de farolillos, de banderas (hay de España y Extremadura pero harían faltan una veintena más), y un inmenso cartel que dice salida por una de sus caras. En la otra aparece la palabra meta.